Es muy común que en catequesis se utilice este texto para hablar de "la Creación".

Es muy común que en catequesis se utilice este texto para hablar de "la Creación". Pero, sabemos, no podemos limitar un texto bíblico. En cuanto un texto es "palabra", debe admitir diversos abordajes e interpretaciones. Un texto no significa "una sola cosa".

Vayamos al origen del texto. En tiempos en que se redacta este relato muchos judíos se encuentran cautivos en Babilonia debido a la invasión y conquista del imperio babilónico. Para el pueblo de esta región todo el cosmos está divinizado; cada astro, cada una de las estrellas, las constelaciones, y la tierra misma, son divinidades. El autor, que desde hace mucho tiempo se lo considera como de tradición sacerdotal, quiere transmitir a sus oyentes y lectores que nada fuera del único Dios es Dios y que todo es obra de Él. "No hay otro Dios fuera de mi", será la confesión que se proclamará en Is 45,5.

El autor (autores), centrarán la cuestión de la creación a partir de La Palabra de Dios. Es muy claro esto, ya que cada elemento creado es precedido por la fórmula: "Dijo Dios...". Esta Palabra, por ser de Dios, es creadora, fundante, verdadera y eficaz: hace lo que dice. La Palabra de Dios es digna de creer, de aceptar y de vivir. No es palabra humana, que se pierde en promesas, sino eficaz en el hacer. No hay separación ni distinción entre el “decir” y “hacer”.
Pero, ¿qué les dice esto a esta gente exiliada? Volvemos a la historia.

Quienes están en Babilonia ya no tienen Templo, Rey, sacerdotes, culto, ni siquiera su propia tierra. ¿Qué hacer para no perder la comunión con Dios y con los compatriotas exiliados? ¿Cómo encontrarse con "lo sagrado" de Dios y del pueblo cuando las mediaciones, en las que se pusieron todas las esperanzas ya no están? ¿Será que Dios ya ha "desaparecido" y con Él nuestra esperanza?
Era necesario responder a la crisis. Era preciso, y posible, buscar nuevas mediaciones, liberándose de las anteriores que impedían crecer (porque ya simplemente no estaban) y re-crear la identidad y la comunión.

El relato de la creación comienza hablando del caos, de lo que es "informe", de lo que amenaza la vida. Y ante esto, la Palabra de Dios que irrumpe, violentamente, gritando "Que exista la luz", y desde ese grito la oscuridad tiene que retirarse y darle el paso a la vida. Es el grito de Dios sobre la muerte, para que la vida traspase la oscuridad. Ante Dios no hay fuerza que pueda ganar. "No hay otro Dios fuera de mí", decía el profeta, y aquí se demuestra.

El texto, entonces, invita (exige) a reconsiderar las crisis personales, comunitarias, eclesiales e institucionales. En tales crisis, la Palabra de Dios debe volver a su carácter de fundante y creadora, y en su misión de traspasar la oscuridad para iluminar y dar vida donde hay caos. Por lo tanto la Palabra de Dios debe volver a "violentar" con su grito a la situación caótica. Sin el reconocimiento de esa crisis no habrá "creación", ni "recreación".

Esa Palabra nos grita que desmitifiquemos lo que ha sido "divinizado", y que volvamos a lo esencial ya que es muy probable que tengamos que reconocer que algunas mediaciones que antes nos daban vida quizás ya no existan más. Y lo esencial exige,  nuevamente, buscar otras mediaciones, o crearlas.

Como vemos, el texto ya no habla solo de una Creación "pasada", sino de una creación constante, siempre y cuando estemos dispuestos a reconocer nuestros exilios, nuestras crisis y la reconstrucción de nuevas mediaciones. "Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra." (Sal 104,30)