Los interlocutores del Mensaje.

Un cambio epocal[1]

La afirmación «un cambio de época, no una época de cambios» se ha convertido en un lugar común para expresar que no sólo vivimos una secuencia acelerada de cambios en todos los órdenes –científico, tecnológico, político, social, axiológico, ideológico y religioso– que darían como resultado una suma de trasformaciones nunca antes vivida, sino que atravesamos un auténtico cambio de época. «Estamos en el inicio de un proceso inédito en la historia, que ciertamente modificará el mapa social y cultural de la humanidad»[2].

La experiencia inmediata del sujeto es la de estar sometido cada día a una sucesión acelerada de cambios; no bien se digieren algunos, ya aparecen nuevos. Sin embargo, a poco de tomar distancia de lo cotidiano y con la perspectiva que da el discernimiento, se descubre que atravesamos un tiempo de enormes transformaciones.

El documento episcopal de Aparecida asume este diagnóstico afirmando que «vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural»[3]. Atravesamos una etapa de transición en la que asistimos a una gran transformación de la sociedad, sin saber bien hacia dónde se encamina. Las formas de pensar y vivir, los ideales y valores tradicionales, y los roles establecidos están siendo cuestionados sin poder verse claramente todavía lo que viene en su reemplazo[4]. Vivimos «en la era de la incertidumbre. Un tiempo crepuscular y de transición hacia todavía no sabemos qué»[5].

Esta incerteza provoca en las personas sentimientos de desconcierto y tendencias marcadas de regresión hacia lo seguro. Dice França Miranda:

En una época de cambios acelerados, cuando nuestras referencias se ven cuestionadas, silenciadas, modificadas o simplemente sustituidas, todos nos sentimos inseguros y miramos llenos de preocupación el futuro. No nos extraña que la identidad amenazada de nuestros contemporáneos busque en el pasado la orientación firme de que carece[6].

Al estudiar la actual mutación cultural, todos los abordajes parecen parciales debido a la complejidad de la situación. De hecho «se usa la expresión “sociedad compleja” para indicar toda una serie de transformaciones mentales, económicas, comunicacionales, hasta religiosas y entonces también “espirituales”»[7].

Nuestra época se presenta carente de utopías que se reflejen en ideologías sociales y políticas. Existe la impresión de estar vagando, sin rumbo definido, perdidos por la falta de un horizonte de sentido hacia el cual se pueda caminar. A la Iglesia se le hace difícil ofrecer una orientación existencial en tiempos donde no parece haber un norte hacia dónde señalar, y a veces ella misma queda desconcertada, ofreciendo respuestas a preguntas que la gente no se formula. Todo nos habla de una cultura intrascendente a la que le cuesta remitirse más allá de sí misma.

La posmodernidad ha dicho adiós al ideal moderno de buscar fundamentos sólidos, sentidos globales o principios definitivos y absolutos. Así sólo queda la indeterminación, la discontinuidad, el pluralismo. Hoy parece estar condenado al fracaso todo intento de dar coherencia y sentido totalizante a la vida. Asistimos al desfondamiento de todos los principios y valores supremos. Se acabaron los «grandes relatos»; quedan sólo muchos «pequeños relatos» que han sobrevivido a la crisis porque no pretenden dar una respuesta universal ni legitimar una visión única y total. El «sentido» ha dejado de ser una verdad objetiva válida para todos y se ha convertido en una necesidad subjetiva que cada uno persigue. Estamos ante diversos sentidos, todos relativos, inestables y precarios[8]. Y en medio del masivo rechazo a las utopías y del naufragio de los grandes ideales, el hombre busca en la vida concreta de cada día seguir creyendo en algún sentido fragmentario, precario y provisional[9]. El pluralismo y relativismo típicos de las sociedades democráticas, con su variedad de ofertas, visiones, propuestas y opiniones, provocan muchas veces confusión, saturación e indiferencia en las personas[10].

Algunos afirman que, del punto de vista cultural y social, nos encontramos ante una «desintegración creativa» (Theodore Roszak)[11], deconstrucción de lo heredado y construcción de un nuevo paradigma, viviendo en una sociedad que «se parece a un caos paradójico, a un desorden organizador»[12]. Otros, en cambio, piensan que ya no podemos confiar en que la presente «desestructuración» sea creativa. Al respecto, dice Alain Touraine:

No sólo se ve una descomposición sino una mutación, la emergencia de un nuevo paisaje cultural y social […]. En la medida en que vivimos en la transición, tenemos que estar atentos a nuestra propia desorientación, a la posibilidad de que el pasado se descomponga sin que se construya el porvenir […]. Pareciera que hoy ya no podemos definir la mutación en curso como el nacimiento de un porvenir[13].

La consecuencia es que estaríamos viviendo una transición sin un punto de llegada determinado: una situación transicional más o menos permanente, donde las identidades se modifican con facilidad y «fluyen» en un presente continuo que Zygmunt Bauman describe como «líquido»[14].

La persona y sus vínculos familiares. Aproximación cultural[15].

Desde los años sesenta la esfera familiar viene conociendo una transformación excepcional, caracterizada por la confluencia de rasgos hoy bien conocidos: descenso de los enlaces matrimoniales, reducción de los nacimientos, aumento de los divorcios, aumento de las uniones libres, de las familias monoparentales, de los nacimientos fuera del matrimonio. Y ya en nuestros días, la legislación de las uniones entre personas del mismo sexo. Esta nueva fisonomía de la familia refleja el crecimiento de la necesidad de autonomía individual ante las instituciones, los deseos individualistas de una vida libremente elegida, emancipada de las obligaciones del orden familiar tradicional: la familia ha entrado en el reinado cool de la individualización desregulada o desinstitucionalizada.

Hoy son los individuos quienes eligen la manera de vivir juntos: casarse, divorciarse, vivir en concubinato, tener hijos, todo se ha vuelto asunto de libertad personal. El matrimonio no es ya una unión obligada, impuesta por los padres, y cuando lo es, genera una condena casi unánime. Y los nacimientos no son ya una fatalidad natural, sino una elección… En las sociedades hiperindividualistas, la aspiración a la felicidad fluye hacia el molde de una vida para sí misma, liberada del peso que las imposiciones colectivas ejercen sobre la vida privada.

Las transformaciones de la vida en pareja expresan el empuje del proceso de individualización. El modelo de la pareja en estado de fusión, que impone compartirlo todo, hacerlo todo juntos, “ser sólo uno”, desaparece en beneficio de una estructura conyugal basada en el reconocimiento de la autonomía de los sujetos. Dentro de este marco, cada uno puede vivir cosas distintas en el mismo momento, encontrarse separadamente con sus propios amigos, ir a fiestas solos, pasar un fin de semana o las vacaciones en solitario. Hay nuevas formas de convivencia que posibilitan una vida más individualizada: tener cuentas separadas, no dormir en la misma habitación, desarrollar proyectos personales… Mientras crece la necesidad de tomarse respiros en la vida conyugal, se inventan formas nuevas de “matrimonio light”… Con la hipermodernidad se consolida el tiempo individualista de las parejas efímeras, basadas en compromisos flexibles, sin riesgos, modificables a voluntad.

El reinado del hiperindividuo no ha erradicado ni el ideal de intimidad ni el valor de los sentimientos. Todo lo contrario. Mientras la pareja siga siendo una referencia central, un ideal compartido por la gran mayoría, el único matrimonio legítimo será el basado en el amor. Jamás las conductas privadas han estado tan gobernadas por los sentimientos, jamás ha llegado el corazón a descalificar tanto el matrimonio por interés… Las rupturas de las parejas se viven hoy más que nunca como dramas, como heridas a menudo insoportables. ¿Ha dejado de esperarse que duren mucho las relaciones amorosas? Ni muchísimo menos. La verdad es que la desregulación cool no ha causado en modo alguno el hundimiento de los discursos, las esperanzas ni los sueños de amor. Nuestra cultura hiperindividualista es a la vez consumista e idealista, materialista y sentimental. Las lágrimas, los gestos delicados, el romance…, nada de esto ha muerto ni ha pasado de moda: aunque sea con actitudes cool, el romanticismo sigue agitando y torturando los corazones tanto como antes. Cuanto menos pesan en nosotros las instituciones tradicionales, más pesa la afectividad en la esfera privada.

El reinado de los sentimientos en régimen de libertad presenta un lado innegablemente positivo: podemos elegir a la persona con la que queremos vivir, “experimentar” con amores provisionales, romper a voluntad, salir de uniones desgraciadas sin estar condenados a soportarlas “para siempre”. Conforme se abre el campo de las posibilidades pasionales, ganamos el derecho a volver a barajar y a “rehacer” nuestra vida a cualquier edad. En el universo de la pareja pueden soplar nuevos vientos: ¿quién desea realmente volver atrás?

Pero la revolución de lo ligero tiene dos filos. Pues la libertad individualista, por poner fin a los vínculos indestructibles, trae consigo la sensación de inseguridad, de incertidumbre sobre el futuro, de miedo a la “expulsión”. La fragilidad de los lazos y la facilidad actual para las desvinculaciones traen consigo unas veces las delicias de la renovación, otras la pesadilla de quedar colgados, abandonados, solos. Todo se ha vuelto temporal, flexible, desechable: un proceso de desvinculación con su inevitable cortejo de heridas, llantos, decepciones, sensaciones de fracaso. En este contexto, muchas personas tienen miedo de vivir un nuevo fracaso doloroso y no piensan sino en protegerse de sufrimientos que siempre son posibles en las relaciones afectivas. La soledad como consuelo: más vale estar solo que vivir conflictos agotadores y un nuevo fracaso. La libertad en materia de relaciones se transforma en miedo a las relaciones.

Hoy sólo una minoría considera la infidelidad algo sin importancia y la inmensa mayoría estima la exclusividad amorosa como una condición necesaria para llevar una vida en pareja. Hay que reconocer que la cultura individualista y hedonista no ha conseguido devaluar el ideal de la fidelidad… La fidelidad sigue siendo un valor a condición de que no exija el sacrificio de las partes ni esfuerzos extremos. Estamos en la época de la fidelidad postsacrificial, otro signo de nuestra relación light con la vida ética.

Las transformaciones de la familia no se reducen a las que afectan a la vida de las parejas: se refieren también a la forma de educar a los hijos, a las relaciones paternofiliales. En este plano también son impresionante los cambios producidos: por decirlo brevemente, hemos pasado de un modelo autoritario a un modelo flexible, comprensivo, cool. El cambio es tan profundo que algunos autores hablan de una ruptura portadora de revolución antropológica… El sistema centrado en la “frustración” y la obediencia del hijo fue reemplazado por un orden educativo cuyo objetivo era su felicidad inmediata y el fomento de su autonomía… Se van las imposiciones rigoristas y los castigos corporales, llegan el desarrollo y la realización sin imposiciones, el intercambio flexible, abierto, cool. No castigar, sino respetar y favorecer la individualidad del niño en un espacio de afecto, placer y comprensión.

Los aspectos positivos de este cambio de paradigma no deben subestimarse. Pero a estas alturas tampoco deben ocultarse los efectos negativos que comporta. La educación permisiva, en efecto, favorece el desarrollo de los niños inquietos, hiperactivos, ansiosos y frágiles, porque se han educado sin reglas ni límites, sin figura que represente la autoridad, sin asignación de lugares claros que son como normas indispensables para la construcción y la estructuración del yo.

Síntesis y comentario del profesor:

· El principal cambio producido en el matrimonio reside en que su centro principal está ahora en la persona individual, con sus deseos, necesidades, ideas y planes propios; es decir, que está en la felicidad personal del hombre y la mujer casados.

· La modalidad de pareja que está emergiendo se construye sobre la reivindicación de la propia vida.

· Se ha pasado de lo que el individuo puede hacer por la familia, a lo que la familia puede darle al individuo.

A la luz de estas afirmaciones se presentan interrogantes desafiantes. La persona es un ser esencialmente relacional. “Es” en la medida en que está “vinculado”. Relacionándose puede crecer. Sin embargo, hoy la persona parece estar protegiéndose de los otros, tiende a preservarse y limitar sus compromisos hasta llegar, a veces, a aislarse. Es como si huyera de lo que anhela: ser él mismo con otro y para otros. Esta aparente contradicción se debe al hecho de que no está pudiendo construir vínculos saludables. Los obispos argentinos plantean esta cuestión así:

¿Son compatibles la autonomía personal y el vínculo relacional? ¿Cómo? Ya hemos indiciado que el actual proceso de individuación ha generado en las personas el deseo de realización de sí mismas sin alienarse en relaciones que lo impidan. Para expresar más didácticamente esta cuestión, la proponemos con un lenguaje cotidiano y concreto. Cada uno de los cónyuges se pregunta: “Quiero ser feliz, necesito ser yo, ¿podré serlo ‘con’ vos? ¿Cómo?”. Los padres se cuestionan: “Queremos ser felices como pareja, ¿podremos serlo si vivimos ‘para’ nuestros hijos? ¿Cómo?”. Los hijos y hermanos dudan: “Quiero que me acepten como soy y tener mis propios tiempos y espacios, ¿podré lograrlo si tengo que compartir mi vida ‘con’ los demás? ¿Cómo?”.

La tensión vincular “yo-tú-nosotros” adquiere hoy nuevos rasgos por la exacerbación narcisista del “yo” propia de la postmodernidad. La Iglesia puede acompañar a los hombres en el aprendizaje de un nuevo estilo de convivencia donde la “comunión de personas” brote de la libre y sincera “entrega de sí mismo a los demás” (Gaudium et Spes 24), sin temores ni egoísmos, sin sometimientos ni abandonos. Sólo cuando la persona se trasciende y sale de sí misma logra encontrarse a sí misma. Es el Evangelio del amor el que nos enseña a “encontrar” nuestra propia vida “entregándola” a los demás (cfr. Mt 10,39). Es necesario descubrir y proponer nuevos caminos de un amor generoso a los otros que parta de un recto amor a sí mismo (cfr. Mt 19,19). El verdadero amor no representa un impedimento para el desarrollo personal y el auténtico desarrollo personal no tendría que convertirse en obstáculo para el amor. ¿Cómo vivir esta integración?

Religiosidad, vida de fe en las familias. La religión secular.[16]

Abordemos ahora la cuestión de la vida espiritual en las familias. De modo aparentemente paradojal, en la sociedad secularizada y consumista la religiosidad sigue siendo importante en la vida de las personas y hasta parece estar de moda[17]. Se la vive de maneras cada vez más diversas: agregándose a iglesias evangélicas[18], adhiriendo a espiritualidades de perfil intimista, narcisista y emocional[19], o personalizando la experiencia religiosa mediante la individualización de la religión[20].

La tendencia espiritual que se percibe hoy está marcada por las características de la época: desvalorización del pasado, idolatría del instante presente, temor por el futuro, la velocidad y simultaneidad de las vivencias. Esto genera un perfil religioso bien definido: dominadas por la ansiedad, atrapadas por un sentimiento de inmediatez y urgencia que no soporta la espera, y en el contexto de una gran desestructuración social como la que viven las sociedades pobres, las personas se han vuelto más vulnerables a ofertas religiosas flexibles y seductoras. Las propuestas de sanación «ya», prosperidad económica «ya» y liberación del sufrimiento «ya», pueden ser fantásticas, pero a los ojos del consumidor religioso, se presentan atractivas y convincentes[21].

En estos tiempos signados por el pragmatismo, la seducción y la velocidad, la Iglesia Católica es vista como una institución lenta y rígida, que muchas veces no comprende a la gente, que le complica la vida con sus requerimientos y cuyas enseñanzas están lejos de la realidad de todos los días. Su identidad parece ser demasiado «densa» en tiempos de mezclas y libres combinaciones. Los nuevos creyentes parecen acudir a las iglesias más con la necesidad de consumir un sacramento o una experiencia fuerte, que de recorrer un itinerario de fe[22].

Por otra parte, el individuo posmoderno tiende a reinterpretar los contenidos simbólicos de las religiones tradicionales según su propia perspectiva. De este modo busca una religión movido principalmente por su propio bienestar. El clima «light» de nuestra cultura, mezclado con la ansiedad y el temor, ha favorecido en el ámbito católico la difusión de espiritualidades inclinadas a experiencias de protección y en algunos casos de evasión: surgen nuevas devociones marianas, se va detrás de apariciones, revelaciones y mensajes, y aparecen nuevas devociones y libros sobre los ángeles.

En el contexto de una cultura individualista las nuevas formas religiosas adquieren una orientación subjetivista. El pastoralista español Pedro Belderrain afirma:

El rasgo más característico de la relación actual del individuo con la religión es la insistencia en la experiencia personal y en los criterios subjetivos de validación […]. Las expresiones utilizadas para dar cuenta de este fenómeno son diversas «religión a la carta», «religión personal», etc. […]. Surge así una religión pos-tradicional en la que las obligaciones del individuo no proceden tanto de su nacimiento e inserción en una tradición viva, sino de un compromiso voluntario y personal, y de la verdad subjetiva de su propia trayectoria personal […]. Los fieles se reconocen, sin duda, en la memoria que transmite la Iglesia, pero se niegan a que su inserción en la institución se haga a expensas de su autonomía individual. Los contenidos de la fe y de la moral, en otros tiempos objetivados, sólo tienen valor si han sido aceptados y eventualmente reelaborados por la razón o sensibilidad del que los recibe[23].

Surge una nueva imagen de Dios validada por el Yo posmoderno, el «Dios personal» que, según Ulrich Beck, «podría ser la forma religiosa adaptada a la propia vida personal y al propio espacio personal»[24]. Si ha «muerto» el Dios tradicional o su representación en la conciencia del sujeto, surge una nueva adaptada a las necesidades del Yo. La posmodernidad «resucita» a Dios en la conciencia de las personas dando lugar a una nueva religiosidad que asume los mismos rasgos de la nueva representación divina. Afirma Beck:

En el contexto europeo del individualismo moderno no existe más una fe religiosa que no sea filtrada por el ojo de la conciencia acerca de la propia vida, la propia experiencia y la conciencia de sí mismo (las excepciones no hacen más que confirmar la regla). El sujeto se construye a partir de sus experiencias religiosas personales, la propia cubierta religiosa individual, la propia «sagrada vuelta». El individuo decide sobre la propia fe: no es más establecida en lugar suyo sola o principalmente por su origen y/o la organización religiosa. Esto no significa sin embargo el fin de la religión, sino el ingreso en la narración, rica de contradicciones, de la «religiosidad secular», que es necesario descifrar [...]. El individualismo religioso y la adhesión comprometida a una Iglesia no se excluyen del todo recíprocamente, sino que pueden más bien integrarse[25].

En este contexto son muchos los hombres y mujeres que vagan, a veces desconcertados, por el variado mercado de espiritualidades emancipadas de las religiones tradicionales en busca de orientaciones para vivir y armonizar sus relaciones y actividades. La vivencia religiosa desregulada crece a medida que las religiones tradicionales dejan de ser una referencia determinante en la vida de las personas. La «propia vida» pertenece al fuero interno, donde cada uno construye su universo simbólico y religioso de acuerdo a su necesidad[26].

Por otra parte, y aunque parezca paradójico, no se puede negar el crecimiento de una cierta indiferencia religiosa en nuestra sociedad, especialmente en la cultura urbana[27]; indiferencia que hoy es más fruto de la evasión propiciada por el consumo de sensaciones, que de los planteos ideológicos. Con frecuencia los planteos trascendentes y acerca de la fe, a muchos sencillamente no les interesan.

Lo cierto es que el panorama religioso posmoderno aparece ante nuestro análisis como complejo y ambivalente: indiferencia religiosa de unos, fiebre religiosa o búsqueda del misterio en otros, religiosidad reapropiada subjetivamente o bien fanatismo fundamentalista, neomisticismo y neoesoterismo, se dan al mismo tiempo en el mismo contexto sociocultural[28].

La situación religiosa que hemos presentado se verifica en el interior de la vida familiar. La gran cantidad de cambios sociales y culturales también se reflejan en la experiencia de la fe de las nuevas familias. Dice Belderrain:

La palabra de las generaciones anteriores y de quienes han vivido investidos de autoridad no basta para que miles de hombres y mujeres de hoy acepten un significado. Todo se repiensa y se reelabora. Lo extraño sería que lo religioso no estuviera sometido también a modificaciones o cambios. Para la mayor parte de los occidentales de hoy, ninguna identidad –psicológica, cultural o religiosa– está dada de antemano, esto es, transmitida de una generación a otra con carácter de necesidad[29].

Como hemos visto, el criterio fundamental desde el cual se produce esta renovación y personalización del creer está centrado en el individuo, y frecuentemente responde a criterios de utilidad más que de verdad, y donde prima la emoción más que la convicción. Para muchos lo relevante de una religión es que sirva, que ayude, que valga por su aporte al crecimiento y al bienestar personal.

[1] Tomado de: C. Avellaneda, La danza del amor. La fe vivida de a dos. Espiritualidad matrimonial. Ed. Guadalupe, 15-17.

[2] M. França Miranda, Inculturación de la fe. Un abordaje teológico, 11.

[3] CELC, Documento de Aparecida, 44.

[4] Cf. CEA, Aportes para la pastoral familiar de la Iglesia en la Argentina, 21.

[5] J.M. Mardones, La indiferencia religiosa en España, 82.

[6] M. França Miranda, Inculturación de la fe. Un abordaje teológico, 12. Con un pensamiento semejante reflexiona Secondin diciendo que «para muchos contemporáneos la incertidumbre frente al futuro está generando la fuga hacia el pasado, el retorno al mito conservador hasta el fanatismo reaccionario» (B. Secondin, Spiritualità in dialogo, 11).

[7] B. Secondin, «Alla prova della nuova cultura» en Secondin, B. – Goffi, T., ed., Corso diSpiritualità. Esperienza, sistematica, proiezioni, 681.

[8] Cf. J.M. Mardones, La indiferencia religiosa en España, 133-134.

[9] Cf. A. Jiménez Ortiz, Por los caminos de la increencia, 78.

[10] Cf. G. Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo,44.

[11] Cf. B. Secondin, Spiritualità in dialogo, 681.

[12] G. Lipovetsky – S. Charles, Los tiempos hipermodernos, 87.

[13] A. Touraine, Can We Live Together?, 38.

[14] Cf. Z. Bauman, Liquid Modernity, 1-15. Lo «fluido» o «líquido» es la metáfora más adecuada que el autor encuentra para describir la sociedad del presente.

[15] Tomado de: G. Lipovetzky, De la ligereza, 271-281.

[16] Tomado de: C. Avellaneda, La danza del amor. La fe vivida de a dos. Espiritualidad matrimonial. Ed. Guadalupe, 31-33.

[17] Hoy en día se pueden encontrar grandes mayorías de personas religiosas en todas las regiones del mundo occidental. En Europa occidental se declara una «persona religiosa» el 60 % de la población; en Norteamérica, el 71 %; en América Latina 82 %. En línea con los totales latinoamericanos, el 80% de los argentinos se definen como religiosos, sólo un 2% señala que es ateo convencido y, en concordancia con los resultados globales, se advierten más personas religiosas entre las mujeres (84% contra 75% de los hombres). Fuente: Gallup International – TNS Gallup Argentina – Voice of the People 2005. Disponible en: http://www.voice-of-the-people.net/ [20.09.2010]. Este panorama se confirma en la Argentina con la encuesta del Conicet sobre Creencias y actitudes religiosas en la Argentina, donde se informa que la mayoría de la población se declara cristiana, pero se verifica una desinstitucionalización religiosa y una individuación de las creencias. Disponible en:

http://www.ceil-piette.gov.ar/areasinv/religion/relproy/encuesta1.pdf.

[18] El fenómeno ha sido estudiado por A. Seselovsky, Cristo ¡llame ya! Crónicas de la avanzada evangélica en la Argentina.

[19] Al respecto, Domínguez Morano afirma que «el Yo se ha convertido en la nueva tierra de promisión. Se trata de acometer una búsqueda interior, consagrarse al autodescubrimiento que dé lugar a un sistema de valores personal. Ello requiere una exploración de todas las capacidades vitales a través de toda una serie de experiencias que conducen a la autorrealización, al desarrollo de las potencialidades del propio ser, al logro supremo de la autoestima. Se encumbra lo místico, lo emocional, lo esotérico y lo oriental. Todo es válido, desde el Zen al Tarot, desde el peyote o la mescalina a la terapia gestáltica o el eneagrama» (C. Domínguez Morano, «La alteridad difuminada. Los “vínculos.com”», Proyección 215 (2004), 347-367. Disponible en: http://www.aiempr.org/articles/pdf/aiempr220.pdf.

[20] Cf. U. Beck, Il Dio personale. La nascita della religiosità secolare, 98-101. A. Torres Queiruga, Fin del cristianismo premoderno. La nascita della religiosità secolare, 92, dice que «existe un acuerdo casi unánime: el fenómeno (de la proliferación de nuevas formas de religión) responde a una insatisfacción generalizada, que busca llenar el vacío provocado de la religión heredada o por el descontento con sus formas establecidas. Allí donde el ansia de trascendencia es sentida, y no ha encontrado una respuesta satisfactoria, aparece el terreno abonado para acogerse a una de las múltiples formas que hoy ofrece el mercado religioso o para-religioso».

[21] B. Secondin, «Alla prova della nuova cultura», 687, afirma: «Crisis de significatividad, miedos apocalípticos, subjetivismo de alta concentración y superficialidad megalómana empujan hacia una espiritualidad hecha de supermarket religioso que ofrece lo sagrado «a la carta» (visiones, misticismos, fragmentaciones, retorno integrista al pasado) más que de exploración de nuevas síntesis vitales».

[22] Cf. J.M. Velazco, Crisis de las religiones y crisis del cristianismo, 79-120.

[23] P. Belderrain, «Transformación de lo religioso y de sus instituciones en la sociedad actual» en Fernández, B. – Torres, F., ed., La misión compartida, Madrid 2002, 49-50.

[24] U. Beck, Il Dio personale. La nascita della religiosità secolare, 18.

[25] Ibid., 20-21.

[26]«La reconfiguración de lo religioso camina por el lado del individuo –dice Mardones–; el individuo es el centro de esta reapropiación de lo religioso. La reconstrucción religiosa se efectúa y evalúa desde una perspectiva subjetiva [...]. La plausibilidad de lo creído pasa, por tanto, por la sensibilidad y por la sensación de elección propia» (J. Mardones, La indiferencia religiosa en España, 44-45). Un trabajo de investigación en Buenos Aires coincide con esta perspectiva: «Las convicciones religiosas de las personas están basadas en intereses y consideraciones privadas y cada vez menos en aquellos provistos por autoridades colectivas. Cada vez más los individuos siguen su propia guía moral […]. Los creyentes católicos quieren construir su propia manera de ser católico, una identidad que no es dada ya por lo que dice el sacerdote sino por el individuo y la familia. Los hombres rehacen a su modo las formas de creer y pertenecer» (C. Arenes, «Cerca de Dios, lejos de la Iglesia» en Diario La Nación (08.06.2005). Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=702434.

[27] En Buenos Aires, un estudio afirma que los no creyentes alcanzan un 8,5 % de la sociedad y que está representado sobre todo por hombres de nivel socioeconómico alto y por jóvenes entre 18 y 34 años, residentes en el área metropolitana. Disponible en:

http://www.consumosculturales.gov.ar/index.php?option=com_ccs&task=indagatoria&cid[]=78 [17.11.2010].

[28] Respecto de esta cuestión, se puede consultar el estudio realizado en el Gran Buenos Aires por el Conicet: A. Ameigeiras, «Pluralismo y diversidad religiosa: el desafío de la interculturalidad» en X Jornadas sobre alternativas religiosas en América Latina: sociedad y religión en el tercer milenio, Asociación de Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur. Disponible en CD-rom. Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL), Buenos Aires 2000.

[29] P. Belderrain, «Transformación de lo religioso y de sus instituciones en la sociedad actual» en Fernández, B. – Torres, F., ed., La misión compartida», 51.