Una vez un explorador fue enviado por los suyos a un perdido lugar en la selva amazónica.
Un cuento para los catequistas...
Una vez un explorador fue enviado por los suyos a un perdido lugar en la selva amazónica. Su misión consistía en hacer un detallado relevamiento de la zona. Como el explorador era experto en su oficio, hizo su tarea con pericia y extremo cuidado. Ningún rincón quedó sin haber sido explorado.
Averiguó cuáles eran los vegetales y los animales del lugar, las características de cada época del año, los secretos del gran río que atraviesa toda la región, las lluvias, los vientos, las posibilidades para la vida del hombre en aquel remoto lugar…
Cuando, por fin, creyó saberlo todo, decidió regresar dispuesto a transmitir a los que lo habían enviado el cúmulo de conocimientos adquiridos.
Los suyos lo recibieron con expectativa… Querían saberlo todo acerca del Amazonas. Pero el avezado explorador se dio cuenta, en ese momento, de la imposibilidad de responder al deseo de su pueblo. ¿Cómo podría él transmitirles la belleza incomparable del lugar, o la armonía profunda de los sonidos nocturnos que solían elevar su corazón? ¿Cómo podría compartir con ellos la sensación de profunda soledad que lo embargaba por las noches, el temor que lo paralizaba ante las fieras salvajes del lugar o la inusitada sensación de libertad que lo embargaba cuando conducía la canoa a través de las inciertas aguas del río?
Entonces, después de pensarlo, el explorador tomó una decisión y les dijo: “Vayan y conozcan ustedes mismos el lugar. Nada puede sustituir el riesgo y la experiencia personales”. Pero tuvo miedo… Si algo les pasaba… Si no sabían llegar… Entonces hizo un mapa para guiarlos. Todos hicieron copias, las repartieron y se fueron al Amazonas provistos del conocimiento encerrado en el mapa recibido.
Todos los que tenían una copia se consideraron expertos. ¿Acaso no conocían, a través del mapa, cada recodo del camino, los lugares peligrosos, la anchura y la profundidad del río, los rápidos y las cascadas?
Sin embargo, el explorador lamentó durante toda su vida haberles dado el mapa… Hubiera sido mejor no dárselos.
Esta narración tiene, quizás, mucho que decir a nuestro ministerio catequístico. No se trata de ayudar a los catequizandos a explorar la selva, introduciéndolos en los vericuetos o en los preciosismos de una detallada información doctrinal, sino de ayudarlos, fundamentalmente, a encontrar al Dios de Jesucristo. Si bien es cierto que la catequesis incluye tareas de instrucción, iniciación y educación, también es verdad que ella es un ministerio al servicio de la fe. Se trata, sobre todo, de favorecer que nuestros interlocutores vivan su propia experiencia de fe, siempre única, personal e intransferible.
Comenzar a vivir la fe así, como auténticos exploradores, con cierto riesgo y embarcándonos en una especie de “aventura personal”, nos afecta por entero y nos abre a una realidad nueva, a una manera nueva de realizar la existencia. (Padre Cote Quijano en "Catequistas en salida")